30 de octubre de 2017

De paseo por Lizarra

Monasterio de Iratxe, junto a Estella
Antonio Herrera Casado  |  28 Mayo 2000



Sigue lloviendo, no para de llover, desde que salimos de San Millán, bajamos al valle y atravesamos el Ebro en Logroño, no lo deja… y empezamos a subir las tierras de Navarra, y enseguida llegamos al monasterio de Iratxe. Y allí sigue lloviendo… era de esperar, que este viaje (otro pequeño tramo del Camino de Santiago por tierras navarricas) se pusiera húmedo, pero los viajeros tienen mucha cuerda y mucho ánimo, y a ello van.

En Iratxe encuentra (es domingo) una multitud entrando y saliendo del templo. A la puerta vemos el aviso de que hay una fuente saludable, que es la Fuente del Vino, de Irache, porque tiene dos caños: de uno sale agua, y del otro vino. Para dar ánimo a los peregrinos…

Esto fue Iratxe en viejos tiempo, desde que en época románica lo construyeran los monjes benedictinos: hospital de peregrinos, universidad, hospital de guerra y colegio de religiosos. Debajo del Montejurra, que entre la niebla vigila el paso de las gentes. Estas son las distintas funciones que el monasterio de Iratxe ha ido albergando a lo largo de la historia y que le han convertido en uno de los conjuntos monumentales más importantes de Navarra. El inicio fue casa de monjes desde el siglo VIII, pero en el XI se reconstruyó tal como hoy lo vemos. En la nave central, oscura y solemne, se escuchan los cánticos de la gente. Navarra es muy piadosa, y aquí se viene de romería, caiga lo que caiga. Se visita la iglesia, plenamente, puramente románica, el claustro plateresco, y se observa de lejos la torre de estilo herreriano, espléndida.

Siguen los viajeros, contorneando el pueblo, hasta el monasterio de Irantzu, pero llueve tanto… que solo lo vemos por fuera. El recuerdo se queda como envuelto en la niebla que rodeaba al cenobio, gris y oscuro. Algunas fotos bajo los paraguas… poco más.

De vuelta a Estella (que en vasco dicen Izarra) visitamos a pie sus monumentos. Primeramente la iglesia del Santo Sepulcro, con una estupenda fachada y portada de transición al gótico, en la que aparece un tímpano con Cristo en mandorla, muchos ángeles en las claves de los desnudos arcos, y dos aparatosos bloques de apóstoles cobijados por arcos, escoltando a Cristo. Una fachada enorme, solemne, que se complementa con un ábside primitivo románico, aunque nos parece un poco abandonado todo, aislado del pueblo, quizás por estar en alto, y estar nublado, y lloviznando.

El claustro silencioso y húmedo de San Pedro de la Rúa




Luego vamos al núcleo urbano, y –siempre en las orillas húmedas del río Ega, visitamos el templo de San Pedro de la Rúa, al que se sube por unas empinadas escaleras. Tiene un claustro gigantesco, románico de transición, que nos encanta con su silencio y la humedad del ambiente.

Enfrente está el palacio de los Reyes de Navarra, con sus galerías de arcadas románicas, y el famoso capitel de la lucha de dos caballeros: Roldán caballero contra Ferragut gigante. Entonces estaba cerrado, recién restaurado, y ahora parece ser que le han colocado un Museo Gustavo de Maeztu, en su interior.

A lo lejos vemos también el monasterio de Santo Domingo, en alto también, al que hay que subir por escaleras. Con severa arquitectura gótica. En definitva, que el viejo Estella se nos aparece como un pueblo que en tiempos medievales tuvo que ser muy importante, eje y cruce de caminos. Núcleo de comerciantes, arrieros y mensajerías.

El palacio de los Reyes de Navarra,
desde la portada de San Pedro de la Rúa




Cruzamos después al corazón de la villa, y desde lejos vemos el Puente de la Cárcel, airoso, medieval, de un solo arco, aunque cruzamos el Ega a pie por el puente que conduce hacia la calle mayor, llegando enseguida (porque Estella hoy es de dimensiones muy humanas) a la Plaza de los Fueros, cobihada en sus laterales por anchos soportales, y presidida por la iglesia de San Juan, que tiene una antigua portada románica, con capiteles decorados con formas vegetales, y en el interior un gran retablo de imaginería policromada, de la escuela navarra.

En la plaza de los Fueros, este día encontramos refugiadas en los soportales a un montón de mujeres de la zona, que están celebrando su certamen de bolillos. El ambiente es alegre y de camaradería, aunque ellas competen por conseguir demostrar que saben hacer estas antiguas artesanías del hilo con la maestría que dan los siglos acumulados.

Los viajeros se afanan luego por buscar un lugar donde comer. En esta Navarra baja hay muchos y buenos. Al final lo encuentran en Izaskun, en la calle Navarrería, después de deambular por la plaza de los Fueros, por la calle de la Estrella y la Calle Mayor, Comercio y Carpintería. Allí se comen, entre otras cosas, un memorable guiso de judías pochas con añadidos cárnicos, que se quedan para siempre, como todas las palabras y las miradas de ese día, en el recuerdo permanente.

Con paso lento y atento acecho, seguimos después, en la tarde que despeja poco a poco, hacia Eunate, que no está lejos. Seguimos poniendo los pies, como queda claro, sobre las trochas antiguas del Camino de Santiago.


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