21 de abril de 2024

Un viaje a la Vera [en primavera]

 Por Antonio Herrera Casado

 

Un par de días han bastado para darnos cuenta de lo que es la Vera [de Cáceres]: ese paraíso que tenemos tan cerca y que apenas conocemos. Un viaje casi relámpago por esa zona nos ha dejado emocionados de ver y leer estas nuevas páginas de España.

 

Jueves 18 

 

Todo empezó (con media hora de retraso) en la Caraca de los romanos, el jueves 18 de abril del 24. El viaje sin problemas, en autobús, y 24 personas, hasta Villanueva de la Vera. Este es el primero de los pueblos que nos encontramos en esta comarca, que toda ella se levanta al pie de la cara meridional de la Sierra de Gredos. Las altura, por el norte, rondan los 2.000 metros, y en la raya superior se ve la mancha de la nieve. El Almanzor, con sus 2.600 mts. por supuesto está completamente nevado.

Antes de entrar en Villanueva visitamos el Salto de la Garganta de Guantalminos, un chorretón enérgico de agua que baja de las cumbres. Se rodea de un parque muy bien habilitado y señalizado, para caminar, y al final se llega a un mirador. Algunos valientes bajan por estrecha escalerilla de piedra hasta el borde mismo de la cascada, y hacen una toma de video sonoro y espectauclar.





Después, en el autobús, llegamos a Villanueva de la Vera, y andando arribamos a la plaza mayor, donde hacemos aperitivo. El pueblo es de una arquitectura vieja y popular. Todo en el llamado “estilo verato”, con casas de adobe, entramados de madera, grandes aleros, y piedras adinteladas talladas con nombres y fechas sobre las puertas. Así son todos.

La comida en un rincón de la plaza, en el Restaurante Ringurrango, donde nos atiende, él solito, un camarero argentino que es de Saavedra, un barrio popular de Buenos Aires. La comida mejor que bien, y después al bus, donde Fernando (un aplauso para este conductor/guía/tutor que hemos tenido proporcionado por la empresa Marín) nos lleva al siguiente pueblo, Valverde de la Vera, todo en cuesta (un arrito subiendo, otro bajando) donde hacemos músculo y vemos sus estructuras urbanas, entre las que destaca la Torre Mayor de un viejo castillo en ruinas. 





Pero también disfrutamos de su Picota, en una plaza, y de grandes construcciones populares en la plaza grande. Después, callejuelas, escaleras, entramados, y una iglesia tallada en granito, con portada de viejo y sencillo gótico isabelino.

De allí, bordeando la Sierra verana, llegamos a Jarandilla, donde nos alojamos el Hotel Parador Nacional, una joya: es el antiguo castillo de los Álvarez de Toledo, y está perfectamente acondicionado. La joya del viaje. Cada uno por su cuenta visita Jarandilla, y nosotros llegamos hasta la plaza mayor, con su fuente, el Museo de “Los Escobazos” (fiesta típica de fuego el 7 de diciembre de cada año) y la iglesia, con una Virgen que lleva en la mano un sonajero popular. La cena, a nuestro aire cada cual, en el patio del Parador, hasta que refresca.





 

Viernes 19

 

La mañana nos ve ya viajando hacia un rincón maravilloso de esta comarca: a Yuste. Primero visitamos un pequeño “Cementerio Alemán” donde reposan en medio centenar de tumbas, otros tantos militares alemanes que murieron en operaciones militares sobre suelo español, en muy variadas circunstancias, en la primera y segunda guerra mundial. Un sitio –como todos los cementerios– para pensar, en la fugacidad de la vida, y en la estúpida costumbre de morir joven con las armas en la mano.





Después visitamos el Monasterio de “San Jerónimo” de Yuste, que fue de monjes jerónimos, y su anejo Palacio Imperial, donde “nuestro señor don Carlos”, el emperador y Rey de España, pasó los tres últimos años de su vida, en medio de una naturaleza vibrante, húmeda, soleada y silenciosa. El lugar nos emociona, en su conjunto, y en los detalles que una severa guía nos muestra: los dos claustros del monasterio, su refectorio, y luego las estancias austeras donde el rey dormía, comía, oía misa desde la cama, leía, y paseaba. Hay un pequeño museo con la silla y la talanquina en que le trajeron aquí desde Laredo. Y están las acequias, las balsas, las fuentes, las arboledas, esos lugares que rodean al monasterio, todo fantástico en un día de luz y calores.

De allí nos trasladamos a Garganta la Olla, donde un guía nos explica el pueblo y algunos detalles del mismo (la iglesia, el Ayuntamiento, la picota…) y vemos la “Casa de las Muñecas” que nos abre su propietario, que luego vende productos de la tierra en el local contiguo. Esta Casa de las Muñecas es un enorme y curioso edificio que sirvió de “Casa de Citas” a los soldados del emperador… todo conservado como era en el siglo XVI. Después del largo paseo, tras hacer hambre, comemos en un restaurante a la entrada del pueblo, donde degustamos productos de la tierra (o una dorada del Cantábrico, como en mi caso, porque las carnes de estas sierras son demasiado contundentes)





De allí en el bus bajamos a Cuacos de la Vera, que también recorremos, sin apenas ver habitantes, que deben estar durmiendo la siesta. Otro pueblo perfectamente conservado en su arquitectura y urbanismo. Aquí admiramos la casa de Jeromín, el hijo natural del emperador Carlos, que aquí vivió cuidado de unos nobles que al final de sus días se lo mostraron al Emperador. Junto a ella, una gran roca en medio del pueblo deja nacer la Fuente de la Higuera. La bordeamos y bajamos a la Plaza, donde hay otra gran fuente. La verdad es que en esta comarca no falta nunca el agua, y en abundancia. Es una de las zonas más “llovidas” de España. Y por eso está tan verde y rozagante.






Desde la plaza mayor de Cuacos, tras subir cuestas y escaleronas, legamos al bus, que conducido por Fernando, nos devuelve a Guadalajara tras cuatro horas de cómodo viaje. En resumen, una visita perfecta, e inolvidable, a la Vera de Extremadura.

 

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